C: Cuando Ud. va al cine, ¿se siente impresionado por el
sadismo de ciertas películas recientes que transcurren dentro de un hospital, o
como en el último Pasolini, dentro de su una falsa prisión?
M.F.:
Me sentía impresionado -al menos hasta estos últimos tiempos- por la ausencia
de sadismo y la ausencia de Sade. Por otra parte, ambas cosas no son
equivalentes. Puede haber Sade sin sadismo y sadismo sin Sade. Pero
dejemos de lado el problema del sadismo que es más delicado, y quedémonos en Sade. Creo
que no hay nada más alérgico al cine que la obra de Sade.
Entre las numerosas razones, primero está la meticulosidad, el ritual, la forma
de ceremonia rigurosa que toman todas las escenas de Sade y
excluyen todo lo que podría ser juego suplementario de la cámara. La mínima
adición, la mínima supresión, el más pequeño ornamento son insoportables.
Ningún fantasma abierto, más bien una reglamentación cuidadosamente programada.
En cuanto alguna cosa falta o viene sobreimpresa, todo se vuelve una
chapucería. Ningún lugar para una imagen. Los blancos sólo deben ser llenados
por los deseos y los cuerpos.
C:
En la primera parte de "El Topo" de Jodorowsky,
hay una orgía sanguinaria, un descuartizamiento de cuerpos bastante
significativo. ¿El sadismo en el cine no es en principio la manera de tratar a
los actores y a sus cuerpos? ¿Las mujeres en particular no son (mal) tratadas
como los apéndices de un cuerpo masculino?
M.F.:
La manera en la que se trata al cuerpo en el cine contemporáneo es algo muy
novedoso. Véanse los besos, los rostros, los labios, las mejillas, los
párpados, los dientes, en una película como "La muerte de María
Malibrán" de Werner Schroeter. Llamar a eso sadismo me parece
completamente falso, si no el retorno de un vago psicoanálisis donde la
cuestión sería el objeto parcial, el cuerpo fragmentado, la vagina dentada. Hay
que volverse a un freudismo de muy baja calidad para rebajar al sadismo a esta
manera de hacer cantar a los cuerpos y a sus prodigios. Hacer de un rostro, de
un pómulo, de los labios, de una expresión de los ojos, hacer de ellos lo que
hace Schroeter
no tiene nada que ver con el sadismo. Se trata de una
desmultiplicación, de una efervescencia del cuerpo, una exaltación de cierto
modo autónoma de sus mínimas partes, de las menores posibilidades de un
fragmento del cuerpo. Existe allí una anarquización del cuerpo en la que las
jerarquías, las localizaciones, las denominaciones, la organicidad, si así lo
prefiere, se están deshaciendo.
Mientras que en el sadismo es el
órgano en sí mismo el objeto del encarnizamiento. Tienes un ojo que mira, yo te
lo arranco. Tienes una lengua que he tomado entre mis labios y mordido, voy a
cortártela. Con esos ojos no podrás ver más, con esa lengua no podrá ni comer
ni hablar nunca más. En Sade el cuerpo es aún definidamente orgánico, anclado en
esa jerarquía. La diferencia reside, claro está, en que esa jerarquía no se
organiza, como en la vieja fábula, a partir de la cabeza sino a partir del
sexo. Mientras que en ciertas películas contemporáneas, la manera en la que se
hace escapar al cuerpo de sí mismo es muy distinta. Se trata justamente de
desmantelar esa organicidad: no es más una lengua, es algo diferente a una
lengua que sale de una boca, no es el órgano de la boca profanado y destinado
al placer de otro. Es una cosa "innombrable",
"inutilizable", fuera de todos los programas del deseo; es el cuerpo
vuelto enteramente plástico por el placer: algo que se abre, que se alarga, que
palpita, que sacude, que abre. En "La Muerte de María
Malibrán", la manera en la que se besan las dos mujeres, ¿qué es?
Dunas de arena, una caravana en el desierto, una flor voraz que avanza,
mandíbulas de insecto, una anfractuosidad al ras de la hierba. Antisadismo de
todo eso. Para la ciencia cruel del deseo, nada que hacer con esos pseudopodos
informes que son los movimientos lentos del placer-dolor.